sábado, 26 de junio de 2010

Entendiendo a la neurosis a travéz de tres personalidades

¿Qué tienen en común Karen Carpenter, Marcial Maciel y Winona Ryder? Que de alguna manera la neurosis alcanzó un grado tal que de alguna manera afectó sus vidas; algunos con consecuencias trágicas  como Karen Carpenter y otros, como Winona Ryder, en algún momento de su vida.

A continuación, un ejercicio breve para tratar de entender la neurosis desde el punto de vista humanista.

La neurosis, desde el campo humanista, es una condición de salud mental en la que el individuo resuelve la ansiedad producida en el organismo al confrontar sus necesidades individuales con las del mundo exógeno y que por tanto, altera el equilibrio de su personalidad manifestándose en patologías con características específicas.

Si bien hemos de entender que todo ser humano padece neurosis como parte del proceso natural de su desarrollo y que las patologías que derivan de ella subyacen muchas veces de forma inconsciente, también hemos de cuidar que éstas no afecten al grado de impedir la madurez plena de la personalidad y la autorrealización.

Un ejemplo de esta situación se manifiesta cuando la persona se niega a alimentarse adecuadamente y, por el contrario, induce la inanición. El DSM-IV la cataloga como anorexia nervosa, la cual si bien tiene un componente biológico-hereditario también requiere de un entorno que presione a la persona a confrontar su autovaloración. Así lo demostró el caso de Karen Carpenter, la famosa cantante de los setentas, que destapó a la luz pública este padecimiento y que eventualmente le costó la vida en 1983, a tan solo 32 años de edad.

Por años, Karen se obsesionó con devolver el poco alimento que comía e incluso abusaba en el consumo de laxantes y pastillas para la tiroides, a fin de provocar la eliminación de lo ingerido. Eventualmente su corazón ya no pudo resistir y sufrió un paro fatal. La noticia sorprendió al mundo entero, como suele sorprender a quienes rodean a la persona anoréxica, ya que en apariencia, la persona vive en un entorno adecuado, si no privilegiado (suele decirse que es el padecimiento de “niñas bien”).

Pero como Karen, la realidad de quien padece AN es que el anoréxico vive atormentado con el pavor de ser obeso y cae en una espiral interminable de valoraciones distorsionadas por el entorno sociocultural que adula la delgadez como condición de felicidad.

Desde el punto de vista humanista, nos interesa el hecho de que el anoréxico también suele enfrentarse a entornos familiares rígidos y sobreprotectores, en los que la persona encuentra una forma de liberación e individualidad al tener algún tipo de control sobre sí misma- en este caso su propio peso.

Otra patología que nos evidencia los caminos a los que conduce la neurosis intrínseca en el ser humano es el trastorno de identidad disociativo, en el cual, de acuerdo al DSM-IV, coexiste una o más identidades o personalidades en un individuo, cada una con su propio patrón de percibir y actuar con el ambiente, alternándose por el control del comportamiento y presentando cierto grado de amnesia en cuanto a las acciones del “otro”.

Este cuadro podría explicar, si acaso en parte, la existencia de “Marcial Maciel”, fundador de una poderosa orden religiosa, y a la vez, la de “Juan Rivas”, detective privado, a veces agente de la CIA, padre de familia -ambas identidades pederastas y adictas a la morfina.

Si bien, sus detractores lo tildan de perfecto cínico e hipócrita, no tiene sentido que un hombre con el nivel de exposición que tuvo en vida, no supiera medir que su esposa e hijos no se enteraran de su otro yo (de hecho, la familia relata que descubrieron su otra persona tras verlo en la portada de una revista de circulación nacional).

Entre las causas de esta patología está el estrés insoportable, como el haber sufrido abusos físicos o psicológicos durante la niñez y una insuficiente protección y atención durante la niñez. Esto parece haber sido el caso de Maciel, según relata su sobrino Alejandro Espinosa en “El ilusionista Marcial Maciel”:

desde los cinco años comenzaron a motearlo de ‘loquito’… aludiendo a su marcada femineidad y a la inclinación sesgada hacia los niños… Don Pancho (su padre) lo pescó repetidas veces en juegos sexuales con niños y sus instintos le acarreaban palizas de su padre y tamborizas de su hermano mayor Pancho, cuando era sorprendido… era una deshonra familiar tener un hijo homosexual… Muy pronto la conducta incorregible de Marcial causó escándalo en Cotija y le dio fama de perverso, para vergüenza de su devota familia en la que había monjas y “varones de Iglesia” (2010).

Aunque se trata de un cuadro en extremo complejo y que puede ir mucho más allá de la identidad disociativa, Maciel encontró bajo esta patología una forma remediar el entorno disonante en su infancia y que a falta de afrontarlo debidamente fue forjando en él una patología.

Un último ejemplo de trastornos provocados por la neurosis es el del robo por impulso, denominado cleptomanía. La persona que la padece roba por la emoción que le provoca el acto sin siquiera reparar en el valor de lo robado –conducta que se asocia con trastornos del comportamiento y adicciones.

Un caso de cleptomanía es el de la actriz Winona Ryder, quien en 2001 fue arrestada tras salir de una tienda departamental con varias prendas, que bien hubiera podido costearlas.

Si bien el comportamiento observable del cleptómano es claro (el DSM-IV los detalla) aún son inciertas las causas que originan este comportamiento. Se tiene por asociación la depresión y ansiedad, lo cual fue el caso de Winona, quien en los noventas se había internado en un hospital por ataques de ansiedad. Curiosamente ella también sufre de acuafobia, un desorden de ansiedad que apareció tras haberse casi ahogado a los 12 años.

Conclusiones

Los ejemplos arriba descritos muestran cómo la neurosis puede tomar caminos diversos que deriven en trastornos a la salud mental. Como señala Sassenfeld (2006), si bien hay división sobre la naturaleza de la neurosis (fisiológica vs ambiental) los teóricos humanistas coinciden en cuatro aspectos: 1) el papel de la experiencia del pasado y también del presente, 2) la afectación a la totalidad de la persona, 3) la afectación de factores ambientales al desarrollo de la personalidad, y 4) la tendencia intrínseca de la persona hacia el crecimiento, pese a la patología.

Si analizamos nuestros tres casos tendremos que todos ellos caen en estas cuatro coincidencias.

Karen Carpenter desde joven se vio afectada por la anorexia y si bien su carrera artística iba en franco ascenso, en realidad su autorrealización se veía truncada por el desorden que vivía en su alimentación.

Marcial Maciel quizás buscó en la religión un refugio a su infancia atormentada. Desafortunadamente derivó en un comportamiento que lo llevó a cometer atrocidades muy contrastantes con la institución que de alguna manera le serviría para "purificar" un estado no resuelto.

Finalmente, Winona Ryder ha demostrado que la persona puede salir adelante pese a la patología que por años pueda fijarse en la personalidad.  

Cualquiera que sea la condición presente de la persona, el reto siempre estará en identificar la patología correcta y a tiempo, para tratarla de manera adecuada, siempre, claro está, con miras hacia la autorrealización.


Bibliografía consultada: 

www.facso.uchile.cl/.../Cinco_concepciones_de_la_neurosis_en_el_enfoque_ humanista.pdf
http://www.msd.es/publicaciones/mmerck_hogar/seccion_07/seccion_07_090.html
http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/libro-de-alejandro-espinosa-alcala-marcial-maciel-un-nino-retorcido/
http://www.time.com/time/magazine/article/0,9171,388993,00.html
http://www.minddisorders.com/Kau-Nu/Kleptomania.html
http://atdpweb.soe.berkeley.edu/quest/Mind&Body/Carpenter.html
http://www.psychologistanywhereanytime.com/disorders_psychologist_and_psychologists/psychologist_kleptomania.htm

miércoles, 16 de junio de 2010

Victory en Popocateptl

He aquí una historia de ficción, quizás no tan ficticia para quienes se mueven en el mundo de la prostitución callejera, situación extrema que nos permite crear una narrativa para desmenuzar los componentes del psicoanálisis en un contexto de vida, la de Victory.


En la imaginaria pasarela de Victory, las chaquiras prendidas al cuerpo juguetean sobre el amplio escote, se agitan con el viento y afloran en blanco nácar, empapadas de luz halógena. 

En el frenesí de la noche, lleva su marcha lentamente, algo vacilante, algo sinuosa. Tiene destino y no lo tiene.
Con la ablación de sus emociones, pero en aparente jolgorio, la dama se desplaza sobre Popocateptl en suelas de plataforma gruesa y transparente. Cruza la calle de un lado a otro y agita su blonda cabellera a la caza de un jinete montado en corcel de acero. Uno que tuviera a bien mirarla.

Alguno disminuye la marcha y se aleja de la manada, arrimándose a la penumbra de algún espacio oscuro que mantuviese sus apetencias en el anonimato. Así, apenas se distingue su silueta; igual podría ser un monstruo de fauces filosas que un tímido ser alado. Victory se acerca como lo ha hecho incontables veces. Es su ritual y tiene experiencia como para hacer lo suyo.

En su adolescencia, su corazón hubiera temblado casi a reventar, pero en su envejecida alma, igual daba que la violaran, golpearan o incluso asesinaran. “Qué más da”, se diría frente al espejo antes de salir de la habitación que renta en Ciudad Granja.

Su vida transitaba sin pasado ni futuro, siempre en el presente de la noche perene.

Al mirarse al espejo roído con las venas del tiempo, Victory se ausculta y se pregunta en voz alta quién es. Su yo freudiano lo bautiza una y otra vez: “Eres Victory. ¿Qué no sabes?”; pero el ello, ese que subyace, cual polizón en el inconsciente, aguarda con ira demencial ante la crueldad de una vida hecha añicos desde la infancia. Su padre, tras abandonar a la familia, había sido sustituido por un padrastro siniestro, que magro favor le había hecho a él y a sus cuatro hermanas.

De sí misma, alguna vez sintió remordimiento, si es que no lástima. Sin embargo, con el paso de los años, aquel super-yo eventualmente se fue invistiendo en una personalidad amarga e irónica.
Profesión, amistad, amor y sobre todo sexualidad se habían fragmentado en vagas experiencias que alguna vez le dieron una probadita de lo que se supone era la vida para la cual no tenía plan alguno. El “telos” de Adler se desvaneció aquí; sin un futuro al cual aspirar ni un pasado por el cual suspirar.

En sueños, su sistemática represión de lo vivido le traicionaba, destapándose así la pandemia de los días de salvajismo de aquel padrastro, de las bromas crueles de los chicos de la cuadra, de las burlas de sus compañeros de clase.

A veces, los sueños alcanzaban despertarle sudoroso, y con el hálito crispado de ansiedad, encontraba consuelo en la ideación suicida. Era entonces que prefería omnibularse con mariguana, para dejar asentar de nuevo el polvo en el abismo de su mente. El yo, ello y super-yo no debían rozarse siquiera.

La influencia que la familia alguna vez pudo tener, quedaba ceñida bajo llave en algún recóndito espacio. Y aunque suponía haber arrancado el cordón umbilical a su pasado, el mundo que entendía –como aseguraría Adler- era aquel que había vivido desde su sórdida infancia.

Entre los arquetipos de Jung, pareciera que no habría más que la Sombra para Victory, aquella que encarna la parte negativa de su ser, colmado de complejos.

Victory, sin saberlo, instintivamente se acobija una y otra vez en el mundo que la humilla. No conoce otro. ¿Por qué habría de buscar lo que no conoce?

Ella se acerca al automóvil y con pretendida seguridad intercambia frases comunes con el hombre de las penumbras. Ambos saben que la sociedad les condenaría al abismo del averno pues inconscientemente, al igual que el resto de Guadalajara, sostienen la flamígera amenaza sobre los de su condición.

Victory se arriesga. “Qué más da”. Sube al automóvil y juntos se pierden entre el cemento de la ciudad. Si hoy muriera, al menos lo haría acompañada, aunque fuera por su propio asesino.
Nadie reclamaría su desaparición. Nadie extrañaría su ausencia.

Quizás nunca más se le vuelva a ver sobre Popocateptl.

domingo, 23 de mayo de 2010

Del ser humano y su autorrealización

Dos teorías que podemos considerar para el análisis de las necesidades inherentes al ser humano son las Etapas del Desarrollo Psicosocial, de Erik Erickson (1956), y la Jerarquía de Necesidades, de Abraham Maslow (1943).

Si bien Erickson, sigue un orden cronológico de ocho fases y ubica al individuo dentro de un entorno para determinar el logro o fracaso en la satisfacción de sus necesidades, Maslow conceptualiza en función de la jerarquía que el individuo antepone inconscientemente a la satisfacción de necesidades que van desde el oxígeno que ha de respirar hasta la autorrealización.

Erik Erickson divide la vida humana en ocho fases, cinco de las cuales se explican en función de la relación padres-hijos, y tres en la habilidad del hombre adulto.

Primero está la seguridad que va adquiriendo el hijo recién nacido, a través del amor de sus padres, lo cual deriva en confianza en el mundo que le rodea (confianza vs. desconfianza). Pasados los 18 meses, la paciencia de los padres para permitir al niño descubrir su autonomía, nuevamente incide en el grado de seguridad (autonomía vs. duda).

Entre los 3 y 5 años, esta seguridad se ve reflejada en el grado de iniciativa que desarrolla el niño, sin temor al reclamo de sus padres (iniciativa vs. culpa). De los 5 a los 13, la necesidad está en emprender, de lo contrario, desarrollará un sentido de inferioridad (laboriosidad vs. inferioridad).

Luego viene la necesidad del adolescente por encontrar una identidad para ubicarse en el mundo que le aguarda como adulto. Si hasta aquí los padres han desempeñado un rol positivo, el hijo será capaz de ubicar esa identidad (Identidad vs. confusión).

A partir de la siguiente etapa, la satisfacción del entonces adulto joven se centra en la persona misma y no en sus padres. Aquí la necesidad, de acuerdo con Erickson, radica en la posibilidad de abrirse sanamente con otros (intimidad vs. aislamiento).

Entre los 40 y 60 años, el hombre ha de generar bienestar para otros más allá de sí mismo y su familia (generatividad vs. estancamiento). Más allá de los 60, viene entonces la necesidad de apreciar con satisfacción lo vivido (integridad vs. ansiedad).

Para Maslow, las necesidades –independientemente de la edad, están primero ubicadas en el cuerpo, cuya función depende de aire, agua, temperatura, nutrientes, actividad y descanso –entre otros agentes- para satisfacer necesidades orgánicas.

Una vez funcional, el cuerpo requiere cobijo y su dueño precisa abatir la inseguridad física, laboral y emocional.

No es hasta después que Maslow advierte en el ser humano el deseo de dar y recibir afecto, a la vez que de pertenecer a una comunidad –lo cual también implica el temor a la ansiedad social y la soledad.

Una vez satisfecha esta necesidad, el ser humano busca su autoestima a través de los demás (“estima baja”) y el respeto hacia sí mismo (“estima alta”). El primero se manifiesta en la fama, el estatus y la reputación, entre otros indicadores; el segundo se identifica como independencia, confianza y capacidad, entre otros rasgos de la personalidad.

Para Maslow, las necesidades arriba mencionadas son de sobrevivencia y el ser humano las cubre de manera instintiva, hasta que, una vez resueltas, dejan de ser una motivación. En tiempos de crisis, el hombre puede regresar a etapas previas, o bien estancarse en una etapa toda su vida, producto de algún evento traumático.

Finalmente está la autorrealización, que implica la necesidad de sentir que se está maximizando todo el potencial que uno tiene. Cuanto más se hayan cubierto las necesidades previas, mayor será la dedicación a la autorrealización.

Maslow fue quien se entregó a estudiar los rasgos distintivos de un ser humano realizado y pleno y encontró que éste discierne la ficción de la realidad –lo que le permite aceptar a las personas como son-, afronta los problemas más como reto de la vida que como carga personal y considera que los medios son más importantes que el fin.

También identificó –entre otras caracterísitcas- que la persona autorrealizada prefiere pocas pero significativas amistades, no se ve influenciada por la cultura de su tiempo, tiene un benigno sentido del humor, demuestra amplio respeto y ética hacia los demás (Gemeinschaftsgefühl), y posee creatividad y asombro hasta en lo ordinario.

Concluyendo este análisis, podemos afirmar que tanto la teoría de Maslow como la de Erickson nos dejan entrever que cada ser humano, más allá de su codificación genética, los traumas adquiridos en la infancia y las adversidades a las que se enfrentan, existe la posibilidad de caminar hacia la plenitud.

Por otra parte, me parece inquietante que el mismo Maslow haya postulado que apenas 2% de la población logre llegar a la autorrealización. Ignoro si esta cifra sea válida para la sociedad de hoy.

Si bien la ciencia y tecnología han permitido que millones de hombres y mujeres accedan a mayor satisfacción de necesidades básicas, habría que estudiar si el orden socioeconómico de hoy no ha bloqueado el acceso a etapas superiores de la jerarquía de necesidades de los individuos y las condiciones propicias para el sano desarrollo de las relaciones padres-hijos.

viernes, 21 de mayo de 2010

martes, 18 de mayo de 2010


El impacto de la educación en el proyecto de vida

Análisis crítico del ensayo del Dr. Ovidio D'Angelo Hernandez "Proyecto de Vida como categoría básica de interpretación de la identidad individual y social".

Más que dedicarse a exponer la interrelación que guarda el Proyecto de Vida (PV) con la identidad individual y social, considero que D’Angelo (1996) enfoca su trabajo hacia el efecto que tiene la educación sobre el PV.

Como suele proponerse en toda ciencia social, la educación es el génesis del cambio individual y colectivo. En el terreno del desarrollo humano, me parece alentador que un PV –individual o colectivo- guarde íntima relación con la educación, concretamente de tipo reflexivo-creativa.

Cuando D’Angelo (1996) señala que la identidad individual y social, así como sus interacciones, se dan en el marco de normas y patrones, que codifican a la persona y personalidad, pareciera que el autor mantiene una postura determinista-fatalista, en la que el individuo pareciera supeditado a las influencias del entorno.

Sin embargo, D’Angelo parte del entendido que la expresión de la identidad y su negociación con el entorno social quedan definidos por la capacidad del individuo para apreciar sus propias acciones con crítica, reflexión y creatividad.

Es aquí donde se abre la ventana de oportunidad para forjar identidades capaces de establecer un proyecto (personal y social) constructivo.

Y es que hoy día, las interacciones son cada vez más complejas, ya que las otrora influyentes instituciones sociales como la Iglesia y los medios tradicionales de comunicación, han cedido su hegemonía a los nuevos acuerdos de interacción, en los que ni los padres de familia ejercen la misma influencia sobre sus hijos, ni los medios ejercen la “aguja hipodérmica” sobre la colectividad.

El autor señala que son la multiplicidad de aspectos (físicos, emocionales o sociales, entre otros) los que van forjando la autovaloración del ser y hacer, y apunta a la Situación Social de Desarrollo (SSD), como factor que explica la asimilación psicológica en una etapa y entre etapas de vida del individuo. Partiendo de este marco conceptual, se establece que el individuo adopta “orientaciones de la personalidad hacia el futuro de la vida individual-social” (1982).

Coincido con D’Angelo cuando menciona que las orientaciones arriba señaladas son producto del sistema de valores que no solo definen la dirección, sino también la capacidad para adaptar esa dirección ante las contingencias.


El reto está en que los valores arriba mencionados requieren de la formación del pensamiento crítico-reflexivo que propone.

Considero que lamentablemente América Latina se encuentra muy lejos de alcanzar estos niveles de actitudes y habilidades individuales y colectivas, puesto que los modelos e implementación de la enseñanza distan de promover la actitud autocrítica.

Esta deficiencia sobresale en los momentos de crisis, pues, a diferencia de la situación ideal que describe el autor, las sociedades latinoamericanas encuentran suma dificultad para redimensionar el entorno y revalorar los proyectos colectivos.

Así, me pregunto si la década perdida de los ochentas tenía que forzosamente ser un decenio de estancamiento social y económico para la región. Aunque D’Angelo no lo menciona, yo agregaría un componente más al tipo de interrelaciones que forjan la identidad: la del Estado con la colectividad.

Esta interrelación es particularmente delicada siendo que la libertad y dignidad humana requieren ser garantizados para posibilitar la proyección constructiva personal y social. Sin este marco de acción se derrumba la posibilidad constructivista de una proyección.

Me llama la atención que D’Angelo no haga hincapié en este rubro, puesto que es medular en la factibilidad del tipo de PV que propone para una plenitud en el desarrollo de los individuos y la sociedad.

Amén de la ponderación que el autor hace de los factores que inciden en los PV, coincido plenamente con la importancia que le da al factor educativo en la capacidad individual y colectiva para forjar una identidad que resulte en un Plan de Vida constructivo y dinámico.

El reto estará siempre en cómo poner en marcha este tipo de educación para promover las sociedades autorreflexivas y creativas que necesitamos, despojándola de toda politización e intereses hegemónicos.