domingo, 23 de mayo de 2010

Del ser humano y su autorrealización

Dos teorías que podemos considerar para el análisis de las necesidades inherentes al ser humano son las Etapas del Desarrollo Psicosocial, de Erik Erickson (1956), y la Jerarquía de Necesidades, de Abraham Maslow (1943).

Si bien Erickson, sigue un orden cronológico de ocho fases y ubica al individuo dentro de un entorno para determinar el logro o fracaso en la satisfacción de sus necesidades, Maslow conceptualiza en función de la jerarquía que el individuo antepone inconscientemente a la satisfacción de necesidades que van desde el oxígeno que ha de respirar hasta la autorrealización.

Erik Erickson divide la vida humana en ocho fases, cinco de las cuales se explican en función de la relación padres-hijos, y tres en la habilidad del hombre adulto.

Primero está la seguridad que va adquiriendo el hijo recién nacido, a través del amor de sus padres, lo cual deriva en confianza en el mundo que le rodea (confianza vs. desconfianza). Pasados los 18 meses, la paciencia de los padres para permitir al niño descubrir su autonomía, nuevamente incide en el grado de seguridad (autonomía vs. duda).

Entre los 3 y 5 años, esta seguridad se ve reflejada en el grado de iniciativa que desarrolla el niño, sin temor al reclamo de sus padres (iniciativa vs. culpa). De los 5 a los 13, la necesidad está en emprender, de lo contrario, desarrollará un sentido de inferioridad (laboriosidad vs. inferioridad).

Luego viene la necesidad del adolescente por encontrar una identidad para ubicarse en el mundo que le aguarda como adulto. Si hasta aquí los padres han desempeñado un rol positivo, el hijo será capaz de ubicar esa identidad (Identidad vs. confusión).

A partir de la siguiente etapa, la satisfacción del entonces adulto joven se centra en la persona misma y no en sus padres. Aquí la necesidad, de acuerdo con Erickson, radica en la posibilidad de abrirse sanamente con otros (intimidad vs. aislamiento).

Entre los 40 y 60 años, el hombre ha de generar bienestar para otros más allá de sí mismo y su familia (generatividad vs. estancamiento). Más allá de los 60, viene entonces la necesidad de apreciar con satisfacción lo vivido (integridad vs. ansiedad).

Para Maslow, las necesidades –independientemente de la edad, están primero ubicadas en el cuerpo, cuya función depende de aire, agua, temperatura, nutrientes, actividad y descanso –entre otros agentes- para satisfacer necesidades orgánicas.

Una vez funcional, el cuerpo requiere cobijo y su dueño precisa abatir la inseguridad física, laboral y emocional.

No es hasta después que Maslow advierte en el ser humano el deseo de dar y recibir afecto, a la vez que de pertenecer a una comunidad –lo cual también implica el temor a la ansiedad social y la soledad.

Una vez satisfecha esta necesidad, el ser humano busca su autoestima a través de los demás (“estima baja”) y el respeto hacia sí mismo (“estima alta”). El primero se manifiesta en la fama, el estatus y la reputación, entre otros indicadores; el segundo se identifica como independencia, confianza y capacidad, entre otros rasgos de la personalidad.

Para Maslow, las necesidades arriba mencionadas son de sobrevivencia y el ser humano las cubre de manera instintiva, hasta que, una vez resueltas, dejan de ser una motivación. En tiempos de crisis, el hombre puede regresar a etapas previas, o bien estancarse en una etapa toda su vida, producto de algún evento traumático.

Finalmente está la autorrealización, que implica la necesidad de sentir que se está maximizando todo el potencial que uno tiene. Cuanto más se hayan cubierto las necesidades previas, mayor será la dedicación a la autorrealización.

Maslow fue quien se entregó a estudiar los rasgos distintivos de un ser humano realizado y pleno y encontró que éste discierne la ficción de la realidad –lo que le permite aceptar a las personas como son-, afronta los problemas más como reto de la vida que como carga personal y considera que los medios son más importantes que el fin.

También identificó –entre otras caracterísitcas- que la persona autorrealizada prefiere pocas pero significativas amistades, no se ve influenciada por la cultura de su tiempo, tiene un benigno sentido del humor, demuestra amplio respeto y ética hacia los demás (Gemeinschaftsgefühl), y posee creatividad y asombro hasta en lo ordinario.

Concluyendo este análisis, podemos afirmar que tanto la teoría de Maslow como la de Erickson nos dejan entrever que cada ser humano, más allá de su codificación genética, los traumas adquiridos en la infancia y las adversidades a las que se enfrentan, existe la posibilidad de caminar hacia la plenitud.

Por otra parte, me parece inquietante que el mismo Maslow haya postulado que apenas 2% de la población logre llegar a la autorrealización. Ignoro si esta cifra sea válida para la sociedad de hoy.

Si bien la ciencia y tecnología han permitido que millones de hombres y mujeres accedan a mayor satisfacción de necesidades básicas, habría que estudiar si el orden socioeconómico de hoy no ha bloqueado el acceso a etapas superiores de la jerarquía de necesidades de los individuos y las condiciones propicias para el sano desarrollo de las relaciones padres-hijos.

viernes, 21 de mayo de 2010

martes, 18 de mayo de 2010


El impacto de la educación en el proyecto de vida

Análisis crítico del ensayo del Dr. Ovidio D'Angelo Hernandez "Proyecto de Vida como categoría básica de interpretación de la identidad individual y social".

Más que dedicarse a exponer la interrelación que guarda el Proyecto de Vida (PV) con la identidad individual y social, considero que D’Angelo (1996) enfoca su trabajo hacia el efecto que tiene la educación sobre el PV.

Como suele proponerse en toda ciencia social, la educación es el génesis del cambio individual y colectivo. En el terreno del desarrollo humano, me parece alentador que un PV –individual o colectivo- guarde íntima relación con la educación, concretamente de tipo reflexivo-creativa.

Cuando D’Angelo (1996) señala que la identidad individual y social, así como sus interacciones, se dan en el marco de normas y patrones, que codifican a la persona y personalidad, pareciera que el autor mantiene una postura determinista-fatalista, en la que el individuo pareciera supeditado a las influencias del entorno.

Sin embargo, D’Angelo parte del entendido que la expresión de la identidad y su negociación con el entorno social quedan definidos por la capacidad del individuo para apreciar sus propias acciones con crítica, reflexión y creatividad.

Es aquí donde se abre la ventana de oportunidad para forjar identidades capaces de establecer un proyecto (personal y social) constructivo.

Y es que hoy día, las interacciones son cada vez más complejas, ya que las otrora influyentes instituciones sociales como la Iglesia y los medios tradicionales de comunicación, han cedido su hegemonía a los nuevos acuerdos de interacción, en los que ni los padres de familia ejercen la misma influencia sobre sus hijos, ni los medios ejercen la “aguja hipodérmica” sobre la colectividad.

El autor señala que son la multiplicidad de aspectos (físicos, emocionales o sociales, entre otros) los que van forjando la autovaloración del ser y hacer, y apunta a la Situación Social de Desarrollo (SSD), como factor que explica la asimilación psicológica en una etapa y entre etapas de vida del individuo. Partiendo de este marco conceptual, se establece que el individuo adopta “orientaciones de la personalidad hacia el futuro de la vida individual-social” (1982).

Coincido con D’Angelo cuando menciona que las orientaciones arriba señaladas son producto del sistema de valores que no solo definen la dirección, sino también la capacidad para adaptar esa dirección ante las contingencias.


El reto está en que los valores arriba mencionados requieren de la formación del pensamiento crítico-reflexivo que propone.

Considero que lamentablemente América Latina se encuentra muy lejos de alcanzar estos niveles de actitudes y habilidades individuales y colectivas, puesto que los modelos e implementación de la enseñanza distan de promover la actitud autocrítica.

Esta deficiencia sobresale en los momentos de crisis, pues, a diferencia de la situación ideal que describe el autor, las sociedades latinoamericanas encuentran suma dificultad para redimensionar el entorno y revalorar los proyectos colectivos.

Así, me pregunto si la década perdida de los ochentas tenía que forzosamente ser un decenio de estancamiento social y económico para la región. Aunque D’Angelo no lo menciona, yo agregaría un componente más al tipo de interrelaciones que forjan la identidad: la del Estado con la colectividad.

Esta interrelación es particularmente delicada siendo que la libertad y dignidad humana requieren ser garantizados para posibilitar la proyección constructiva personal y social. Sin este marco de acción se derrumba la posibilidad constructivista de una proyección.

Me llama la atención que D’Angelo no haga hincapié en este rubro, puesto que es medular en la factibilidad del tipo de PV que propone para una plenitud en el desarrollo de los individuos y la sociedad.

Amén de la ponderación que el autor hace de los factores que inciden en los PV, coincido plenamente con la importancia que le da al factor educativo en la capacidad individual y colectiva para forjar una identidad que resulte en un Plan de Vida constructivo y dinámico.

El reto estará siempre en cómo poner en marcha este tipo de educación para promover las sociedades autorreflexivas y creativas que necesitamos, despojándola de toda politización e intereses hegemónicos.